miércoles, octubre 07, 2009

Un rojísimo gato palpita en la ventana
Sergio Loo

Rodrigo, Balam. Libelo de varia necrologìa. Fondo Editorial Tierra Adentro, Mèxico, 2008

Se dice que una obra puede hablar en nombre de una época, una sociedad, una generación entera, pero, en el caso de Libelo de varia necrología, parece ser la geografía quien toma la voz. Me explico: Balam Rodrigo, oriundo de Villa de Comatitlàn, Chiapas, ha sido adueñado por un estilo exuberante, no en su connotación peyorativa de exótico, sino en una visión orgánica donde el lenguaje va desdoblándose lentamente, buscando a cada paso las más de posibilidades hasta ramificarse en extrañas formas “Lagrima el clavicordio sus notas de licor el hielo”. Y es que no parte propiamente de la sinestesia (combinación de sentidos, digamos “trino amarillo”) sino de la saturación de elementos táctiles, gustativos, olfativos; aunado a un aliento largo y pausado, que entre más crece más se contrae en sí “A la caída del oboe desde tus pechos llega un vesper viento amurallado por arcillas, llega esa paz de laberintos que promete largas cópulas y música desde los falsos instantes del deseo: Muertas notas de rota cuerda”. El libro se compone de 3 bloques. El primero, urbano, delirante, De Madame La Loca y sus noches gàticas, donde este personaje deambula y se desdobla en una especie de prosa poética bizarra “Busco el añil de sus ojos mientras el viento lame el erizo paisaje de la noche que maúlla”. El segundo, quizás el más logrado por su libertad, En de la lengua del cardo ya más muerto, donde Balam Rodrigo flexiona la lógica en beneficio de la sensación “Cantar de ecos, hojas la hora más amarga y animal que te bebía, allí, doblado como un cirio, en sitio aquel en donde el plato de veneno relamía crueles frutos” Y el último, De los ebrios cazadores de luz, dedicado a la fotografía. Una palabra como planta. Un lenguaje selvático para perderse en su espesura.









De la sección
En la lengua del cardo ya más muerto




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Amargos cardillos desata la palabra, lengua hora de nimbos que si otrora milagrosa fuera, encinta iría derramando bosques, degustando flores fatuas: Avispas tenues y un resabio de moluscos bajo el agua.
Lloverá sin el verano en los bolsillos, será la lluvia un clamoreo de zopilotes a la espera –bajo los mismos cardos- del dulcísimo cadáver de la muerte.





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A veces, corazón muriendo, se agita en mi mano la oscura roca de los cementerios, la ebria ya por lutos.
Lengua del cardo ya más muerto, no puedo más ni qué decir –siquiera-, qué ojo me verá mañana.

martes, junio 02, 2009

V. Blum, Liliana. El libro perdido de Henri Bôll. Jus, 2008. 86 pp.

Sergio Loo

Los relatos que conforma El libro perdido de Henri Bôll, quinta obra de Liliana Blum (Durango, 1974), están engarzados a través del azaroso vaivén de una edición en pasta dura de El honor perdido de Katarina Blum, de manera que las protagonistas de cada bloque van retomando de alguna forma la historia de Katarina que, a su vez, parece contener algo de las vidas de cada una de las lectoras incidentales a las que llega dicha publicación. Mujeres que se topan con el libro y se confrontan a sí mismas. Historias donde la vida no alcanza o no cumple cabalmente las expectativas impuestas “Si estuviera allí su madre, le recordaría que ella, a su edad, ya estaba por concluir su primer doctorado”. Las mujeres, tema importante para la autora según muestra otro libro suyo recién publicado, Vidas de catalogo, se encuentran inmersas en situaciones no previstas “¿Por qué Dios no le había concedido simplemente un hijo normal?”, atrapadas en rituales supuestamente propios de toda mujer (concepto que en el libro implica ser maternal, exitosa, seductora, buena, educada, independiente, buena hija, profesioncita, comprensiva, etc.). “Ahora le corresponde hacer su parte, que no es difícil en realidad: sólo se requiere que permanezca allá para que la madre pueda ignorarla propiamente ¿Y la dignidad? ¿Y la libertad?” Blum, a través de una prosa concisa, indaga. Y es que no se trata de una “literatura femenina” o “feminista”, la autora no pretende victimizar al género ni hacerle una apología: ahí su virtud: no plantea soluciones ni levanta pancartas, simplemente abre paso al lector a la vida de cada una de estas mujeres, que se coluda con ellas y, como se dice popularmente, “se ponga en sus zapatos”. Zapatos de todos tipos, mujeres de todos tamaños que se enfrentan con ese arquetipo llamado Mujer.

lunes, mayo 18, 2009

Los que se quieren mucho y no tanto

V.V.A.A. Nosotros que nos queremos tanto. Ediciones El Billar de Lucrecia, México, 2008. 283 pp.

El proyecto llamado El Billar de Lucrecia, delimitado desde su planteamiento (un libro por cada bola), se está encargando de establecer un panorama inmediato de la poesía actual en América Latina. Fotografía parcial, movida como cualquier rastreo actual, pero lo suficientemente provocativa para dar a conocer en México a autores como Damaris Calderón, Germàn Carrasco o Virgina Texeira, por nombrar algunos. Se rumoraba que sería la negra, la 8, la que se mete (publica) al último, la que ahora nos ocupa: Bola 11: Nosotros que nos queremos tanto. Poesía contemporánea de México. Ante una avalancha de antologías de poesía que prometen ser la definitiva, esta se presenta juguetona al presumir arbitrariedad desde el título. En su ensamblaje se hizo gala del ingenio para esquivar aparatos críticos o al chivo expiatorio en que ha devenido el papel del antologador: el equipo editorial, incluyéndose en la selección, invita a otro más, al que quiere tanto, y en el azar de los criterios queda la muestra. Si bien no abarca todas las estéticas, grupos o posturas de la actual creación nacional (y la intención obviamente nunca fue esa), sí resulta bastante variada, lo necesario para iniciar el debate. La obra lúdica de José Eugenio Sánchez con la intuitiva de Monica Nepote, Amaranta Caballero con Rocío Ceròn, por sólo sugerir contrastes.

Marcelo Pellegrini, en el prólogo, dice que este libro está “de antología” refiriéndose a sus bondades, sin embargo, y tal vez ahí su punto flaco, también “de antología” es la selección que cada autor decidió de su obra. Porque mientras Ernesto Lumbreras nos entrega poemas inéditos pertenecientes a una sola serie, por cierto perturbantes “¿Quién está vivo en esta realidad de alegrías rápidas?”, otros nos entregan textos de varios de sus libros que no forzosamente mantienen la misma propuesta estética. De manera que más que dar cuenta del autor, la dan de su evolución. Amén que varios de esos textos ya han aparecido en más de una antología. Por supuesto, la obra toda representa al autor en menor o mayor grado, pero dar cuenta de ellos de esta forma los hace un tanto difusos, sobre todo para quien no tenga noticia de ellos.

Pero si se lee como una antología de poesía en vez de una reunión de poetas, si uno deja de ser juicioso ante este libro que se declara “chido y guadalupano”, definitivamente estamos ante un libro lleno de aciertos. De principio la reunión de autores que, azarosamente o no, muestran búsquedas, varias, y con muy buenos resultados. Baste por ejemplo “Villancicos del Santo niño de las quemaduras”, de Luis Felipe Fabre, donde se retoma un acto de “justicia” (la quema de un indio que quemó a un niño dios de madera por tener que yacer con su esposa y no con el hombre con el que mantenía relaciones) referida en una carta de 1658; Rodrigo Castillo, encontrando lo humano entre lo sórdido “hubo putas gordas encima suyo/ chapándole el esqueleto/ mordiendo su cuello/ apretando la base de su pene como aprieta el mundo”; Julián Herbert, renovando y retomando la tradición “Nunca te enamores de 1 kilo/ de carne molida./ Nunca te enamores de la mesa puesta,/ de las viandas, de los vasos/ que ella besaba con boca de insistente/ mandarina helada, en polvo:/ instantánea.”; Minerva Reynosa, elegante y contundente “es el antojo de no ser en ella/ o yo de ella/ la vida simple/ la única vida/ en la ciudad de la mentira/ con la broma vital/ estoy insana/ madre:/ jale la pistola”. Parte de este proyecto editorial es establecer un diálogo con Latinoamérica. Si esta es la cara que va a representar a la poesía actual del país, entonces se presenta chida, guadalupana, muy con la frente en alto.

en Laberinto, de Milenio Diario

martes, mayo 06, 2008

Ediciones el Billar de Lucrecia
Sergio Loo

Con poeta latinoamericano por cada bola de billar, un color para cada número, una nación por cada libro, el proyecto de Ediciones El Billar de Lucrecia va en su quinto título (con el apoyo económico del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes). Quizás es tiempo de hacer un repaso.

Bola uno, amarilla: Hatuchay, de Washington Cucurto. Cumbiancheros y barriobajeros, estos cantares a la calle Once tienen como mayor arma la provocación. A lo largo del libro se va trazando el bosquejo de la calle con su dinámica de pobreza, sus personajes, sus postres de Ricky Martin desprendiéndose y volando al olvido. Lleno de sentencias como “los diarios son hijos de la Irrealidad”, “vivir es una buena razón para ser asesinado” y “Aquel que conoce el Once conoce el paraíso” u otras más atrevidas como “todo es clandestino, nada es de la marca/ que figura. La gran clandestinidad es el helado” que difícilmente se sostienen, si es que lo logran, porque hay a lo largo del poemario un afán de volver todo inmoral, tanto que a ratos suena fortuito o desproporcionado “¿Por qué no dice el Evangelio que los puestos peruanos son todo nuestro sustento?”. Como ya se dijo, es un libro de provocación.

Bola dos, azul: Multicancha, de Germàn Carrasco. Coloquial, dueño de un ritmo que a la fecha pocos sostienen, pero sobre todo, desenfadado. Libre de aires de grandeza y tonos autoritarios, el autor juega y puebla su trabajo de referentes haciendo su trabajo todavía más dinámico. Curiosamente, aunque en varias ocasiones reniega de la metonimia para darle su justo valor a cada cosa “Una ciudad es toda una ciudad (más claro ponerle lejía) pero hay que insistir: no se puede hacer una metonimia de toda la comarca con un solo barrio.” usa la imagen de la multicancha tomada por unos cuantos para cuestionar esa insistencia de poseer, prohibir e imponer “¿por qué la afición por los superhéroes y el espacio y la palabra metafísica, los elefantes blancos, las voces únicas anunciadas con fanfarria, las naves y conquistas?, ¿por qué y para qué siquiera la idea de capitanes y capitanías?”. El poemario Multicancha, más que contestatario o de protesta, es una obra que se sabe libérrima.

Bola tres, roja: Los amores del mal, de Damaris Calderón. Un paréntesis aquí para reconocerle a la editorial el riesgo de publicar poesía, primeramente; a autores contemporáneos que no forzosamente tengan reconocimientos y laureles colgados por todos partes y, en este su tercer libro, apostar por lo que pocos en este país, por un poemario erótico y lèsbico (Aparte de los pocos de Nancy Cárdenas, Reyna Barrera, Silvia Tomasa Rivera y Gabriela Puente ¿cuántos títulos abiertamente lèsbicos han circulado de manera pública?). Los de Amores del Mal son poemas de celebración entre mujeres de alguna forma malditas (la referencia clara a Baudelaire no es en vano), de mujeres casi eternas como la caída que provoca el goce. Tiernas y sucias. Con ritmo pausado e imágenes bucólicas Damaris Calderón escapa de su contexto y rescribe la historia desde sus mitos “Leda y la cisne./ Y el cielo se deshacía en plumas,/ por más que lo apuntalaran los poetas.”

Bola cuatro, morada: Zimbabwe, de Eduardo Padilla. Son varios los ritmos que componen este libro. Varios de ellos provienen, junto con sus neologismos y referentes, de campos tan disparados como a) la historia antigua b) un cuestionario del CENEVAL c) la televisión d) todas las anteriores sin se pierda el hilo conductor, que en todo caso es la lúdica (o algo así) “A la aeromoza la amarraron a una silla. / A la silla la pusieron/ más o menos cuidadosamente/ sobre una de las sepas/ en la hélice de un helicóptero./ Al helicóptero lo colocaron/ igual que a Jesús:/ más o menos milagrosamente/ sobre las aguas de un viejo mar.”

Bola Cinco, Bala perdida, de Montserrat Álvarez. Un libro donde la actitud lo es casi todo. La apuesta es por un lenguaje llano, casi limpio de metáforas, un lenguaje coloquial y una estructura de encabalgamientos que aceleran el discurso y, por tanto, la intensidad de la, de por sí, poco mesurada intención “porque ellos saben/ que el mar es peligroso y la alegría que hay un peligro/ y un júbilo muy bárbaro/ y de pésimo gusto puesto que/ un tanto caótico y desesperado/ y triste Dios y en el poema que en Dios y en el poema está el peligro Porque ellos/ saben de lo profundo/ del océano/ que ciega”. Luigi Amara, en contraportada anota “de un ritmo portentoso y una musicalidad antigua, que recuerda la época de las sagas pero con disonancias punk”. Sí, tanto por actitud como por el ritmo, y Colombina Parra, vocalista y primera guitarra de Ex, una banda chilena de la que no he vuelto a saber (¿alguien sabe de ellos?) sea el referente más cercano.

Estos son los primeros cinco títulos. Personalmente creo que vale la pena seguir esta colección.

jueves, abril 24, 2008

URIBE, Sara. Palabras más palabras menos. XVIII Ayuntamiento de Tijuana. Instituto de Arte y Cultura. Colección Los lauríferos. Tijuana, 2006. 75 pp.

Sergio Loo

Este tercer poemario de Sara Uribe, ganador del Premio Nacional de Poesía Tijuana 2005, explora las discordancias entre el significado y el objeto, entre la palabra y el mensaje, entre el receptor y la existencia de éste. Más que una reflexión, a lo largo de los capítulos del libro (hemos dicho palabras, tal vez las palabras, una palabra lejana y palabra por palabra), se desdobla obsesivamente la duda de la capacidad del lenguaje en ser portavoz de lo que el emisor pretende “hace ya tanto tiempo que fuimos parias que alargamos la mano pidiendo palabras y sólo silencio recibimos hace ya tantas muertes (…)”

Su prosa poética, premeditadamente negada de puntuación, es un discurrir de ideas unidas sintácticamente “(…) otra voz otro cuerpo otra manera de morir al respirar de beber el tiempo que se marcha en su clepsidra hueca y nos abona otra sombra otro duelo otra manera de girar (…)”. Esto, junto con la constancia de imágenes como la del errante, el paria, la arena, el viento que se enreda por el árbol hasta perder su cauce; hacen que los textos logren una conjunción orgánica, homogénea y curiosa, porque los riesgos de la estructura se equilibran con imágenes y símbolos ya recurridos como el espejo, la fotografía, el gato, el jardín el invierno, el hotel o el mar, para dar algunos ejemplos. Podría pensarse que cualquiera de esos elementos, a estas alturas, irreparablemente darán como resultado un lugar común, sin embargo Sara Uribe logra, a través de un buen reciclaje, una propuesta propia.

Es notorio el trabajo que hubo previo a la escritura, su plantación se va revelando conforme la lectura. Por ejemplo, aunque la palabra misma es el centro del poemario, la imagen central, la que podría ejemplificarlo, es la del viento enredado entre las bifurcadas ramas de un árbol. Y cabe mencionar, puesto que es parte del tema del lenguaje, que pese a estar divididos en cuatro partes, los poemas están ordenados alfabéticamente. Y el primero, claro, atiende al árbol.

miércoles, abril 09, 2008

Yo sè yo sè que para ser buen narrador tengo que trabajar màs mis poemas. lo sè. y por eso estoy buscando clases de pintura.